Al haber hecho uso de la autoridad legal que le correspondía, como padre de la Sagrada Familia, hizo un don total de sí mismo, de su vida y de su trabajo. Por don de Dios, convirtió su vocación al amor humano y doméstico, anteponiendo a éste la oblación sobrenatural de sí mismo, de su corazón y de toda capacidad, en el amor que puso al servicio del Mesías, que crece en su casa y de María, que veía en silencio como el niño crecía en sabiduría (Lc. 2, 51 y 52)
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