viernes, 21 de diciembre de 2012

VENID Y VERÉIS


El Señor está cerca, venid, adorémosle

“Venid y veréis”. Esta palabra que Jesús dirige a los dos discípulos en búsqueda, la dirige también a los hombres de hoy que están en búsqueda. Al final de año, pedimos al Señor que la Iglesia, a pesar de sus pobrezas, sea reconocida cada vez más como su morada.


Señores Cardenales, Venerados hermanos en el episcopado y en el presbiterado, Queridos hermanos y hermanas:

Con gran alegría me encuentro hoy con vosotros, queridos miembros del Colegio de Cardenales, representantes de la Curia Romana y de la Gobernación, en este momento tradicional antes de la Santa Navidad.

Os saludo cordialmente a todos, comenzando por el cardenal Angelo Sodano, al que agradezco las amables palabras y la efusiva felicitación que me ha dirigido también en vuestro nombre. El Cardenal Decano nos ha recordado una expresión que se repite a menudo estos días en la liturgia latina: Prope est iam Dominus, venite adoremus. El Señor está cerca, venid, adorémosle.

También nosotros, como una sola familia, nos preparamos para adorar en la gruta de Belén a ese Niño, que es Dios mismo que se ha acercado hasta el punto de hacerse hombre como nosotros. Correspondo con gusto a las felicitaciones y doy las gracias a todos, incluidos los Representantes Pontificios repartidos por todo el mundo, por la generosa colaboración que cada uno de vosotros presta a mi Ministerio.

Estamos terminando un año que, una vez más, se ha caracterizado en la Iglesia y en el mundo por muchas situaciones difíciles, de grandes cuestiones y desafíos, pero también de signos de esperanza. Menciono sólo algunos puntos destacados en la vida de la Iglesia y de mi ministerio petrino.

Ante todo, han tenido lugar los viajes a México y Cuba. Han sido encuentros inolvidables, con la fuerza de la fe, profundamente arraigada en los corazones de los hombres, y con la alegría por la vida que surge de la fe.

Recuerdo que, tras llegar a México, se agolpaban al borde del largo trecho que se debía recorrer interminables filas de personas, que saludaban agitando pañuelos y banderas. Recuerdo cómo, durante el trayecto hacia Guanajuato, la pintoresca capital del homónimo Estado, había jóvenes a los lados de la carretera, devotamente arrodillados para recibir la bendición del Sucesor de Pedro.

Recuerdo cómo la gran liturgia en las cercanías de la estatua de Cristo Rey se convirtió en un acto que hacía presente la realeza de Cristo, su paz, su justicia, su verdad. Todo esto en el contexto de los problemas de un país que sufre múltiples formas de violencia y las dificultades de dependencias económicas.

Ciertamente, estos problemas no se pueden resolver simplemente mediante la religiosidad, pero menos aún se solucionarán sin esa purificación interior del corazón que proviene de la fuerza de la fe, del encuentro con Jesucristo.

Y después vino la experiencia de Cuba. También aquí hubo grandes liturgias, en cuyos cantos, oraciones y silencios se podía percibir la presencia de Aquel, al que durante mucho tiempo se había querido negar cabida en el País. La búsqueda en este País de un justo planteamiento de la relación entre vinculaciones y libertad, ciertamente no puede tener éxito sin una referencia a esos criterios de fondo que se han manifestado a la humanidad en el encuentro con el Dios de Jesucristo.

Otras etapas del año que se acerca a su fin, y que quisiera mencionar, son la gran Fiesta de la Familia en Milán, así como la visita al Líbano, con la entrega de la Exhortación Apostólica postsinodal, que ahora deberá constituir en la vida de la Iglesia y de la sociedad en Medio Oriente una orientación sobre los difíciles caminos de la unidad y de la paz.

El último acontecimiento importante de este año, ya en su ocaso, ha sido el Sínodo sobre la Nueva Evangelización, que ha marcado al mismo tiempo el comienzo del Año de la Fe, con el cual conmemoramos la inauguración del Concilio Vaticano II, hace cincuenta años, para comprenderlo y asimilarlo de nuevo en esta situación que ha cambiado.

Entre todas estas ocasiones, se han tocado temas fundamentales de nuestro momento histórico: la familia (Milán), el servicio a la paz en el mundo y el diálogo interreligioso (Líbano), así como el anuncio del mensaje de Jesucristo en nuestro tiempo a quienes aún no lo han encontrado, y a tantos que lo conocen sólo desde fuera y precisamente por eso, no lo re-conocen.

De entre estas grandes temáticas, quisiera reflexionar un poco más en detalle especialmente sobre el tema de la familia y sobre la naturaleza del diálogo, añadiendo después también una breve observación sobre el tema de la Nueva Evangelización.

La gran alegría con la que se han reunido en Milán familias de todo el mundo ha puesto de manifiesto que, a pesar de las impresiones contrarias, la familia es fuerte y viva también hoy. Sin embargo, es innegable la crisis que la amenaza en sus fundamentos, especialmente en el mundo occidental.

Me ha llamado la atención que en el Sínodo se haya subrayado repetidamente la importancia de la familia como lugar auténtico en el que se transmiten las formas fundamentales del ser persona humana.

Se aprenden viviéndolas y también sufriéndolas juntos. Así se ha hecho patente que en el tema de la familia no se trata únicamente de una determinada forma social, sino de la cuestión del hombre mismo; de la cuestión sobre qué es el hombre y sobre lo que es preciso hacer para ser hombres del modo justo.

Los desafíos en este contexto son complejos. Tenemos en primer lugar la cuestión sobre la capacidad del hombre de comprometerse, o bien de su carencia de compromisos.

¿Puede el hombre comprometerse para toda la vida? ¿Corresponde esto a su naturaleza? ¿Acaso no contrasta con su libertad y las dimensiones de su autorrealización? El hombre, ¿llega a ser sí mismo permaneciendo autónomo y entrando en contacto con el otro solamente a través de relaciones que puede interrumpir en cualquier momento? Un vínculo para toda la vida ¿está en conflicto con la libertad? El compromiso, ¿merece también que se sufra por él?

El rechazo de la vinculación humana, que se difunde cada vez más a causa de una errónea comprensión de la libertad y la autorrealización, y también por eludir el soportar pacientemente el sufrimiento, significa que el hombre permanece encerrado en sí mismo y, en última instancia, conserva el propio “yo” para sí mismo, no lo supera verdaderamente.

Pero el hombre sólo logra ser él mismo en la entrega de sí mismo, y sólo abriéndose al otro, a los otros, a los hijos, a la familia; sólo dejándose plasmar en el sufrimiento, descubre la amplitud de ser persona humana. Con el rechazo de estos lazos desaparecen también las figuras fundamentales de la existencia humana: el padre, la madre, el hijo; decaen dimensiones esenciales de la experiencia de ser persona humana.

El gran rabino de Francia, Gilles Bernheim, en un tratado cuidadosamente documentado y profundamente conmovedor, ha mostrado que el atentado, al que hoy estamos expuestos, a la auténtica forma de la familia, compuesta por padre, madre e hijo, tiene una dimensión aún más profunda.

Si hasta ahora habíamos visto como causa de la crisis de la familia un malentendido de la esencia de la libertad humana, ahora se ve claro que aquí está en juego la visión del ser mismo, de lo que significa realmente ser hombres. Cita una afirmación que se ha hecho famosa de Simone de Beauvoir: «Mujer no se nace, se hace» (“On ne naît pas femme, on le devient”).

En estas palabras se expresa la base de lo que hoy se presenta bajo el lema «gender» como una nueva filosofía de la sexualidad. Según esta filosofía, el sexo ya no es un dato originario de la naturaleza, que el hombre debe aceptar y llenar personalmente de sentido, sino un papel social del que se decide autónomamente, mientras que hasta ahora era la sociedad la que decidía.

La falacia profunda de esta teoría y de la revolución antropológica que subyace en ella es evidente. El hombre niega tener una naturaleza preconstituida por su corporeidad, que caracteriza al ser humano. Niega la propia naturaleza y decide que ésta no se le ha dado como hecho preestablecido, sino que es él mismo quien se la debe crear.

Según el relato bíblico de la creación, el haber sido creada por Dios como varón y mujer pertenece a la esencia de la criatura humana. Esta dualidad es esencial para el ser humano, tal como Dios la ha dado.

Precisamente esta dualidad como dato originario es lo que se impugna. Ya no es válido lo que leemos en el relato de la creación: «Hombre y mujer los creó» (Gn 1,27). No, lo que vale ahora es que no ha sido Él quien los creó varón o mujer, sino que hasta ahora ha sido la sociedad la que lo ha determinado, y ahora somos nosotros mismos quienes hemos de decidir sobre esto. Hombre y mujer como realidad de la creación, como naturaleza de la persona humana, ya no existen.

El hombre niega su propia naturaleza. Ahora él es sólo espíritu y voluntad. La manipulación de la naturaleza, que hoy deploramos por lo que se refiere al medio ambiente, se convierte aquí en la opción de fondo del hombre respecto a sí mismo.

En la actualidad, existe sólo el hombre en abstracto, que después elije para sí mismo, autónomamente, una u otra cosa como naturaleza suya. Se niega a hombres y mujeres su exigencia creacional de ser formas de la persona humana que se integran mutuamente.

Ahora bien, si no existe la dualidad de hombre y mujer como dato de la creación, entonces tampoco existe la familia como realidad preestablecida por la creación. Pero, en este caso, también la prole ha perdido el puesto que hasta ahora le correspondía y la particular dignidad que le es propia.

Bernheim muestra cómo ésta, de sujeto jurídico de por sí, se convierte ahora necesariamente en objeto, al cual se tiene derecho y que, como objeto de un derecho, se puede adquirir. Allí donde la libertad de hacer se convierte en libertad de hacerse por uno mismo, se llega necesariamente a negar al Creador mismo y, con ello, también el hombre como criatura de Dios, como imagen de Dios, queda finalmente degradado en la esencia de su ser.

En la lucha por la familia está en juego el hombre mismo. Y se hace evidente que, cuando se niega a Dios, se disuelve también la dignidad del hombre. Quien defiende a Dios, defiende al hombre.

Con esto quisiera llegar al segundo gran tema que, desde Asís hasta el Sínodo sobre la Nueva Evangelización, ha impregnado todo el año que termina, es decir, la cuestión del diálogo y del anuncio. Hablemos primero del diálogo.

Veo sobre todo tres campos de diálogo para la Iglesia en nuestro tiempo, en los cuales ella debe estar presente en la lucha por el hombre y por lo que significa ser persona humana: el diálogo con los Estados, el diálogo con la sociedad – incluyendo en él el diálogo con las culturas y la ciencia – y el diálogo con las religiones.

En todos estos diálogos, la Iglesia habla desde la luz que le ofrece la fe. Pero encarna al mismo tiempo la memoria de la humanidad, que desde los comienzos y en el transcurso de los tiempos es memoria de las experiencias y sufrimientos de la humanidad, en los que la Iglesia ha aprendido lo que significa ser hombres, experimentando su límite y su grandeza, sus posibilidades y limitaciones.

La cultura de lo humano, de la que ella se hace valedora, ha nacido y se ha desarrollado a partir del encuentro entre la revelación de Dios y la existencia humana. La Iglesia representa la memoria de ser hombres ante una cultura del olvido, que ya sólo conoce a sí misma y su propio criterio de medida.

Pero, así como una persona sin memoria ha perdido su propia identidad, también una humanidad sin memoria perdería su identidad. Lo que se ha manifestado a la Iglesia en el encuentro entre la revelación y la experiencia humana va ciertamente más allá del ámbito de la razón, pero no constituye un mundo especial, que no tendría interés alguno para el no creyente.

Si el hombre reflexiona sobre ello y se adentra en su comprensión, se amplía el horizonte de la razón, y esto concierne también a quienes no alcanzan a compartir la fe en la Iglesia. En el diálogo con el Estado y la sociedad, la Iglesia no tiene ciertamente soluciones ya hechas para cada uno de los problemas.

Se esforzará junto con otras fuerzas sociales para las respuestas que se adapten mejor a la medida correcta del ser humano. Lo que ella ha reconocido como valores fundamentales, constitutivos y no negociables de la existencia humana, lo debe defender con la máxima claridad. Ha de hacer todo lo posible para crear una convicción que se pueda concretar después en acción política.

En la situación actual de la humanidad, el diálogo de las religiones es una condición necesaria para la paz en el mundo y, por tanto, es un deber para los cristianos, y también para las otras comunidades religiosas. Este diálogo de las religiones tiene diversas dimensiones.

Será en primer lugar un simple diálogo de la vida, un diálogo sobre el compartir práctico. En él no se hablará de los grandes temas de la fe: si Dios es trinitario, o cómo ha de entenderse la inspiración de las Sagradas Escrituras, etc. Se trata de los problemas concretos de la convivencia y de la responsabilidad común respecto a la sociedad, al Estado, a la humanidad.

En esto hay que aprender a aceptar al otro en su diferente modo de ser y pensar. Para ello, es necesario establecer como criterio de fondo del coloquio la responsabilidad común ante la justicia y la paz. Un diálogo en el que se trata sobre la paz y la justicia se convierte por sí mismo, más allá de lo meramente pragmático, en un debate ético acerca de las valoraciones que son el presupuesto del todo.

De este modo, un diálogo meramente práctico en un primer momento se convierte también en una búsqueda del modo justo de ser persona humana. Aun cuando las opciones de fondo en cuanto tales no se ponen en discusión, los esfuerzos sobre una cuestión concreta llegan a desencadenar un proceso en el que, mediante la escucha del otro, ambas partes pueden encontrar purificación y enriquecimiento.

Así, estos esfuerzos pueden significar también pasos comunes hacia la única verdad, sin cambiar las opciones de fondo. Si ambas partes están impulsadas por una hermenéutica de la justicia y de la paz, no desaparecerá la diferencia de fondo, pero crecerá también una cercanía más profunda entre ellas.

Hay dos reglas para la esencia del diálogo interreligioso que, por lo general, hoy se consideran fundamentales:

1. El diálogo no se dirige a la conversión, sino más bien a la comprensión. En esto se distingue de la evangelización, de la misión.

2. En conformidad con esto, en este diálogo, ambas partes permanecen conscientemente en su propia identidad, que no ponen en cuestión en el diálogo, ni para ellas, ni para los otros.

Estas reglas son justas. No obstante, pienso que estén formuladas demasiado superficialmente de esta manera. Sí, el diálogo no tiene como objetivo la conversión, sino una mejor comprensión recíproca. Esto es correcto.

Pero tratar de conocer y comprender implica siempre un deseo de acercarse también a la verdad. De este modo, ambas partes, acercándose paso a paso a la verdad, avanzan y están en camino hacia modos de compartir más amplios, que se fundan en la unidad de la verdad. Por lo que se refiere al permanecer fieles a la propia identidad, sería demasiado poco que el cristiano, al decidir mantener su identidad, interrumpiese por su propia cuenta, por decirlo así, el camino hacia la verdad. Si así fuera, su ser cristiano sería algo arbitrario, una opción simplemente fáctica.

De esta manera, pondría de manifiesto que él no tiene en cuenta que en la religión se está tratando con la verdad. Respecto a esto, diría que el cristiano tiene una gran confianza fundamental, más aún, la gran certeza de fondo de que puede adentrarse tranquilamente en la inmensidad de la verdad sin ningún temor por su identidad de cristiano. Ciertamente, no somos nosotros quienes poseemos la verdad, es ella la que nos posee a nosotros: Cristo, que es la Verdad, nos ha tomado de la mano, y sabemos que nos tiene firmemente de su mano en el camino de nuestra búsqueda apasionada del conocimiento.

El estar interiormente sostenidos por la mano de Cristo nos hace libres y, al mismo tiempo, seguros. Libres, porque, si estamos sostenidos por Él, podemos entrar en cualquier diálogo abiertamente y sin miedo. Seguros, porque Él no nos abandona, a no ser que nosotros mismos nos separemos de Él. Unidos a Él, estamos en la luz de la verdad.

Para concluir es preciso hacer una breve anotación sobre el anuncio, sobre la evangelización, de la que, siguiendo las propuestas de los padres sinodales, hablará efectivamente con amplitud el documento postsinodal. Veo que los elementos esenciales del proceso de evangelización aparecen muy elocuentemente en el relato de san Juan sobre la llamada de los dos discípulos del Bautista, que se convierten en discípulos de Cristo (cf. Jn 1,35-39).

Encontramos en primer lugar el mero acto del anuncio. Juan el Bautista señala a Jesús y dice: “Este es el Cordero de Dios”. Poco más adelante, el evangelista narra un hecho similar. Esta vez es Andrés, que dice a su hermano Simón: “Hemos encontrado al Mesías” (1,41). El primero y fundamental elemento es el simple anuncio, el kerigma, que toma su fuerza de la convicción interior del que anuncia.

En el relato de los dos discípulos sigue después la escucha, el ir tras los pasos de Jesús, un seguirle que no es todavía seguimiento, sino más bien una santa curiosidad, un movimiento de búsqueda.

En efecto, ambos son personas en búsqueda, personas que, más allá de lo cotidiano, viven en espera de Dios, en espera porque Él está y, por tanto, se mostrará. Su búsqueda, iluminada por el anuncio, se hace concreta. Quieren conocer mejor a Aquél que el Bautista ha llamado Cordero de Dios.

El tercer acto comienza cuando Jesús mira atrás hacia ellos y les pregunta: “¿Qué buscáis?”. La respuesta de ambos es de nuevo una pregunta, que manifiesta la apertura de su espera, la disponibilidad a dar nuevos pasos. Preguntan: “Maestro, ¿dónde vives?”. La respuesta de Jesús: “Venid y veréis”, es una invitación a acompañarlo y, caminando con Él, a llegar a ver.

La palabra del anuncio es eficaz allí donde en el hombre existe la disponibilidad dócil para la cercanía de Dios; donde el hombre está interiormente en búsqueda y por ende en camino hacia el Señor. Entonces, la atención de Jesús por él le llega al corazón y, después, el encuentro con el anuncio suscita la santa curiosidad de conocer a Jesús más de cerca.

Este caminar con Él conduce al lugar en el que habita Jesús, en la comunidad de la Iglesia, que es su Cuerpo. Significa entrar en la comunión itinerante de los catecúmenos, que es una comunión de profundización y, a la vez, de vida, en la que el caminar con Jesús nos convierte en personas que ven.

“Venid y veréis”. Esta palabra que Jesús dirige a los dos discípulos en búsqueda, la dirige también a los hombres de hoy que están en búsqueda. Al final de año, pedimos al Señor que la Iglesia, a pesar de sus pobrezas, sea reconocida cada vez más como su morada.


Le rogamos para que, en el camino hacia su casa, nos haga día a día más capaces de ver, de modo que podamos decir mejor, más y más convincentemente: Hemos encontrado a Aquél, al que todo el mundo espera, Jesucristo, verdadero Hijo de Dios y verdadero hombre. Con este espíritu os deseo de corazón a todos una Santa Navidad y un feliz Año Nuevo.

Ciudad del Vaticano
Jueves 20 de diciembre de 2012

SANTA NAVIDAD Y FELIZ AÑO NUEVO


MENSAJE DE NAVIDAD DE  S.S. BENEDICTO XVI


"Dios se ha hecho hombre y ha venido entre nosotros, para disipar las tinieblas del error y del pecado, trayendo a la humanidad su Luz divina. Esta Luz altísima, de la que el árbol navideño es signo y recuerdo, no sólo no ha perdido intensidad con el paso de los siglos, sino que sigue resplandeciendo sobre nosotros e iluminado a todos los que vienen al mundo, especialmente cuando deben atravesar momentos de incertidumbre y dificultad. Jesús mismo dirá de sí: ‘Yo soy la Luz del mundo; quien me sigue, no camina en las tinieblas, sino que tendrá la luz de vida’...()...cuando en las diversas épocas se ha intentado apagar la luz de Dios para encender fuegos ilusorios y engañosos, se han abierto estaciones marcadas por trágicas violencias sobre el ser humano. Ha sido así porque cuando se intenta borrar el nombre de Dios de las páginas de la historia, el resultado es que se trazan renglones torcidos, en los que hasta las palabras más hermosas y nobles pierden su verdadero significado...()...Pensemos en términos como ‘libertad’ o ‘bien común’, ‘justicia’: privados de la raíz de Dios y su amor, en el Dios que ha mostrado su rostro en Jesucristo, estas realidades está con frecuencia a mercede de los intereses humanos, perdiendo su vínculo con las exigencias de la verdad y la responsabilidad civil"


SS Benedicto XVI
Plaza de San Pedro
14 de diciembre de 2012

viernes, 7 de diciembre de 2012

REMEDIOS CONTRA LA TIBIEZA - San Alfonso María de Ligorio


San Alfonso María de Ligorio en "Prácticas de Amor a Jesucristo"

Algunos se desaniman pensando que ya nunca lograrán salir de ese mar de tibieza espiritual en el cual se están ahogando. Pero a estos hay que responder con las palabras que el Ángel Gabriel le dijo a María cuando parecía que la anciana Isabel ya nunca podría tener hijos: "Lo que es imposible para las criaturas, es posible para Dios. Para Dios ninguna cosa es imposible" (Lc.1-37) o aquellas bellísimas palabras de San Pablo que jamás debemos dejar de recordar: "Todo lo puedo en Cristo que me fortalece." (Filp. 4-13)

Primer remedio: tener un gran deseo de conseguir la santidad

Los santos dicen que los ardientes deseos de conseguir la santidad son como fuertes alas que nos hacen subir muy alto en perfección. Y si cultivamos fervorosos deseos de conseguir la perfección espiritual, se podrán aplicar a nosotros las palabras que el profeta dice acerca de los que confían en Dios: "Subirán con las alas como de águila, correrán sin fatigarse y andarán sin cansarse" (Is. 40-31)
Tener un gran ideal de santidad fue lo que hizo que los santos alcanzaran tan grandes alturas de perfección. El ideal es una fuerte inclinación, un deseo muy intenso de conseguir algo. Los sabios dicen: "Cuidado con lo que deseamos, porque lo vamos a conseguir." Y la Sagrada Escritura promete en el bellísimo salmo 145: "El Señor Dios satisface los buenos deseos de sus fieles". Así que si ardientemente deseamos alcanzar la santidad, muy probablemente la vamos a obtener. Otros tenían mayores fuerzas físicas y quizás mayores cualidades intelectuales que los santos, pero estos tenían más vehementes deseos de conseguir la santidad y lograron conquistarla, mientras que otros que tenían más cualidades se quedaron a mitad del camino por falta de continuos y muy fuertes deseos de alcanzar la perfección.

Segundo remedio: Una firme resolución

La primerísima y más importante resolución para llegar a la santidad será siempre el preferir morir antes que pecar. Preferir perder todos los demás bienes antes de perder la amistad con Dios o hacer o decir algo que a él le desagrade.
La experiencia nos enseña que sin la ayuda de Dios no somos capaces de resistir las tentaciones, pero con la gracia del Señor si no dejamos de luchar, lograremos salir victoriosos.
La segunda resolución debe ser escoger siempre entre dos actuaciones la que parece que más le agrada a Nuestro Señor. Ojalá se pudiera repetir de cada uno de nosotros lo que Jesús dijo de sí mismo: "Mi Padre me ama, porque yo hago siempre lo que a Él le agrada".
Y empezar rápidamente, ahora mismo. Decir como aquella religiosa que al oír predicar a un célebre predicador acerca de lo necesario que es dedicarse ya desde el momento presente a conseguir la santidad, se fue donde él y le dijo: "Padre, quiero ser santa, pero santa prontamente". Y de tal manera se esmeró por lograr serlo, que a ocho meses murió con verdadera fama de santidad. Hay que empezar hoy mismo, ahora mismo, y no dejar para mañana el bien que ayer no quisimos hacer. Ahora mismo empezar a tratar de ser mejores, sin andar tratando de imitar el modo como se portan los demás, porque son demasiado pocos los que en realidad se dedican a vivir santamente.

Tercer remedio para alejar la tibieza: la meditación

La meditación llena el cerebro de buenos pensamientos, el corazón de afectos hacia Dios y hacia lo eterno, y la voluntad de provechosos propósitos: Con razón repetía San Luís Gonzaga: "No habrá mucha perfección donde no haya mucha oración y mucha meditación". La meditación nos hace evitar el pecado al pensar en la presencia de Dios y en las postrimerías que nos esperan: Muerte, juicio, infierno y Gloria. Nos despega de los bienes terrenos, haciéndonos pensar en los bienes eternos que nos esperan. Nos hace evitar el orgullo y crecer en humildad al recordarnos lo miserables y débiles que hemos sido y que seguimos siendo y al hacernos ver nuestra impotencia nos incita a recurrir a Dios con la oración. Pero si no dedicamos tiempos a la meditación, nos dejamos llevar por la disipación y caeremos en graves pecados.
Ahora se explica uno por qué San Francisco de Sales en su Filotea coloca como primerísima práctica para quien desea llegar a la santidad, dedicar cada día algún tiempo a la meditación, a pensar seriamente en Dios, en el alma y en los medios de conseguir la eterna salvación.

Cuarto remedio para alejar la tibieza y conseguir la perfección:
 la Comunión frecuente

Vamos a repetir aquí una página famosa de San Basilio.
Este gran santo y sabio dejó escritas unas bellas palabras que conviene no olvidar nunca: "Si te hincha el veneno del orgullo, toma este Sacramento, y el Pan Humilde, te hará humilde. Si la avaricia quiere apoderarse de ti, toma el Pan Celestial, y el Pan Generoso te hará generoso. Si la brisa nociva de la envidia y del egoísmo sopla sobre ti, toma el Pan de los Ángeles, y Él te comunicará el amor verdadero. Si te has entregado al exceso en la comida o en la bebida, toma el Cuerpo y la Sangre de Cristo, y ese Cuerpo que ha soportado tantas mortificaciones, seguramente te irá llevando a la moderación y a la mortificación. Si te ataca la pereza y te vuelve sin ánimos para el bien, de manera que ya no te gusta rezar ni sientes fuertes deseos de hacer obras buenas, fortalécete con el Cuerpo de Cristo, y él te llenará de entusiasmo y de fervor. Finalmente, si sientes fuerte inclinación a la impureza, entonces, y especialmente entonces, toma el Cuerpo Santísimo de Cristo, y ese Cuerpo, el más perfectamente puro que ha existido, te irá llevando hacia la pureza y castidad".

El medio más necesario de todos: la oración

Para evitar la tibieza, y adquirir el fervor y crecer en el amor a Jesucristo no hay otro medio más necesario ni más eficaz que la oración. Dios en su infinita bondad al invitarnos a orar puso a nuestra disposición un medio infalible para progresar en santidad, y nos hizo una promesa muy consoladora: "Pedid y se os dará. Todo el que pide recibe" (Lc.11-9). La oración nos vuelve muy poderosos, porque nos consigue del Señor lo que por nuestras solas fuerzas o luces no podríamos alcanzar. Santa Teresa decía: "Me propuse conseguir de Nuestro Señor una gracia. Perseveré pidiendo. No me cansé de pedir, y al fin la conseguí".
Si oramos con fe podremos repetir las palabras del Salmo 65 "Bendito sea Dios que no rechazó mis súplicas ni me negó sus favores". San Agustín explicando estas frases añade: "Si por tu parte no falta la oración, puedes tener por cierto que por parte de Dios no faltarán las generosas ayudas". Y San Jerónimo advierte: "Siempre se alcanza de Dios ayuda, cada vez que rezamos". San Juan de la Cruz, maestro de oración repetía: "De Dios se alcanza, cuanto con ferviente oración se espera conseguir de Él, si conviene para nuestra alma".
 .

Post tomado de Vivir la fe católica publicado el 12 de noviembre de 2012 

lunes, 5 de noviembre de 2012

LA SANTIDAD: El objetivo de vida de todo bautizado



"Bendito sea el Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo con toda bendición espiritual en los cielos, pues Él nos eligió antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos y sin mancha en su presencia, por el amor"


Canto de Bendición: Eph 1, 3-4


Algunos obstáculos para ser santo

Ser santo es sencillo, pero requiere de mucha valentía, coraje y fortaleza, porque no es algo que "esté de moda" y que el ambiente te ayude a conseguir. Por el contrario, si quieres de verdad llegar a ser santo, encontrarás miles de obstáculos en el camino, empezando por ti mismo.
Tu pasión dominante o "talón de Aquiles". Si observas un poco tu vida, encontrarás que miles de veces no has respondido como Dios lo esperaba de ti. Frente al llamado que te hace Dios a la perfección, encontrarás en tu vida presunciones, desesperaciones, perezas, enojos, riñas, odios, gula, impurezas, supersticiones, mentiras, venganzas y omisiones. Luchar contra todo esto a la vez puede resultar imposible, como si trataras de matar a miles de mosquitos dando golpes con una espada en el aire. Lo que tienes que encontrar es la raíz de estas caídas, tu talón de Aquiles, el nido de donde provienen los mosquitos, y arremeter contra él con todas tus fuerzas. Algunos tienen este defecto dominante en los ojos, otros en la lengua, otros en la imaginación. Si de verdad quieres ser santo, deberás descubrir cuál es el origen de tus defectos.


El desánimo. Tal vez empieces a recorrer el camino hacia la santidad con grandes ilusiones, pero debes estar consciente de que vas a caer mil veces y vas a tener que levantarte otras tantas. El desánimo es “guillotina de santos”; no permitas que se apodere de tu vida y te haga decir o pensar que no sirves para eso, que tienes demasiados defectos, que no eres capaz. Todos los santos han tenido defectos y fallos, pero su santidad ha consistido en saber levantarse a tiempo y seguir adelante.


El agobio del trabajo. Puede ser también que al darte cuenta de las necesidades que tiene la Iglesia, de los problemas que existen en el mundo, te sientas agobiado, como si te encontraras solo con una pala ante la misión de trasladar una montaña a otro lugar. El agobio te vuelve ineficaz y eso no lo quiere Dios. Hay mucho trabajo que hacer, pero debes empezar por lo que a ti te corresponde, en el estado y condición de vida en donde Dios te ha puesto. Si trabajas en lo que debes, Dios se encargará de lo demás. El agobio es el mismo que sintieron los apóstoles cuando Cristo les dijo que sentaran a las cinco mil personas y les dieran de comer. Los apóstoles pudieron conseguir solamente cinco panes y dos peces y Jesús hizo lo demás y todos quedaron saciados.


El pesimismo. Los pesimistas no pueden ser apóstoles y mucho menos santos. Los pesimistas se quejan de su trabajo, de los pocos frutos que obtienen, de sus achaques, de sus problemas, del calor y del frío… El pesimista hace insoportable la vida a los demás, pues su tristeza se contagia. Los santos son alegres y optimistas, nada puede nublar su cara, pues saben que están en las manos de Dios, que es todopoderoso y que los ama.


La rutina. Tal vez tu vida te parezca aburrida por ser igual a la del resto de los jóvenes que pueblan el mundo: la escuela, el trabajo, los amigos, las fiestas, la familia… ¡Bah! ¿En qué se diferencia tu vida de la del resto del mundo? ¿En qué te distingues tú, que quieres ser santo? Hay una frase que dice: “Con las mismas piedras se puede adoquinar una calle o construir una catedral”. Así es tu vida, tienes las mismas herramientas que cualquier otra persona de tu edad, pero si vives con rutina solamente verás piedras en las piedras. En cambio, si desechas la rutina, podrás ver en cada piedra la posibilidad de construir una catedral; empezarás a descubrir los milagros que Dios realiza frente a ti a cada momento. El secreto está en mantenerte en contacto con Dios para ver todo con ojos de Dios.


El “aborregamiento”. Si observas a los borregos, verás que caminan en el anonimato: con las orejas caídas sin mirar al cielo; viendo mecánicamente al que va delante de ellos. Un santo nunca puede caminar como borrego, en medio de la multitud haciendo lo que los otros hacen. Tú eres diferente de los demás y no debes tener miedo de comportarte de manera diferente a los otros, que sólo reaccionan ante el aullido del coyote o el silbido del pastor. Para ser santo debes dejar de ser borrego; atreverte a caminar contra corriente en tu estilo de vestir, de divertirte, de hablar y de pensar, comportándote como lo que eres: un hijo de Dios.


Las omisiones. Los santos no saben cruzar los brazos con una sonrisa y encogerse de hombros para contemplar cómo los demás caminan por senderos erróneos. Los santos están alerta para corregir, defender, enmendar los daños que otros puedan provocar; los santos buscan la ocasión de ayudar, no esperan que ésta les caiga encima, no se quejan de la situación del mundo: sino que luchan por hacerla mejor.

Medios para llegar a ser santo



La oración humilde, un plan de vida y la frecuencia en los sacramentos es un buen comienzo

 


La oración humilde

A estas alturas ya sabes cuán importante es la oración en la vida de un cristiano, pero justamente porque ya lo sabes y estás trabajando por ser mejor cada día, puede ser que caigas en la oración del fariseo, que daba gracias a Dios por no ser tan malo como los otros. No hacía mas que jactarse de sus avances ante Dios. Este tipo de oración no sirve para alcanzar la santidad. La oración útil es aquella en la que reconoces que sin Dios no puedes hacer nada y pones toda tu confianza en Él.

El plan de vida

Consiste en trazar un plan concreto de acción para vencer tu defecto dominante.
En él tendrás que incluir metas a corto y largo plazos, así como los medios que utilizarás para alcanzarlas.

La frecuencia en los sacramentos

Como seguirás teniendo caídas, debes estar siempre cerca del sacramento de la confesión para levantarte inmediatamente. De la misma manera, necesitarás fuerzas sobrenaturales para vencer todos los obstáculos que se te presenten y sólo las encontrarás en la Eucaristía. Recuerda que la fuerza está en Dios, que tú puedes conseguir cinco panes, pero Dios, con ellos, puede alimentar a 5,000 hombres.

Reflexiones y decisiones para ser santo  



Imagina que escribieras una autobiografía que se titulara “La vida de san X”, que incluyera tus datos de nacimiento, familia y cómo ha sido tu vida hasta el día de hoy



Para meditar personalmente

Imagina que escribieras una autobiografía que se titulara “La vida de san X”, que incluyera tus datos de nacimiento, familia y cómo ha sido tu vida hasta el día de hoy. Imagina qué escribieras en ella cómo sería tu vida de aquí en adelante, el momento en que empezaste a trabajar por ser santo, poniendo todo lo que te gustaría hacer por el mundo y por las almas. ¿Te das cuenta de lo maravilloso que sería hacer realidad esa biografía y de que algo dentro de ti te dice que puede ser posible?

• ¿Cómo elaborarías un plan de vida para combatir tu defecto dominante? Podrías escribir en él el nombre de tu defecto, sus principales manifestaciones, las metas que quieres conseguir a corto plazo y unos cuantos medios concretos para conseguirlas.

• ¿Qué impresión tiene la gente acerca de los santos cuando ve las estatuas en las iglesias o cuando lee sus biografías? Después de leer este artículo, ¿tú qué opinas de los santos?

Ideas para Recordar

• Los santos han sido hombres y mujeres con las mismas debilidades que cualquiera de nosotros. La única diferencia es que ellos han puesto esas debilidades en las manos de Dios.

• Por muy extraño que parezca, cada uno de nosotros está llamado a ser santo ahí donde Dios lo ha puesto.

• La santidad es el mejor negocio en el que podemos invertir, pues nos garantiza la felicidad, no para un día ni un año, sino para toda la eternidad.

• Para ser santos encontraremos muchos obstáculos que debemos vencer: nuestra pasión dominante, el desánimo, el agobio, el pesimismo, la rutina, el “aborregamiento” y las omisiones.

• Los mejores medios para alcanzar la santidad son la lucha continua, la oración y los sacramentos.

Decisiones

En ti está la decisión de cambiar y ser santo; para ayudarte, aquí te proponemos algunas líneas de acción:

• Pondré en práctica mi plan de vida para que no se quede en un papel, recordando siempre la frase que dice: “el infierno está lleno de gente con buenos propósitos”.

• Empezaré a ser santo el día de hoy haciendo las cosas ordinarias extraordinariamente bien.

¡Te conviene ser santo!

Sin duda, la santidad es el mejor negocio en el que puedes invertir, pues te asegura la felicidad para toda la eternidad.


Sin duda, la santidad es el mejor negocio en el que puedes invertir, pues te asegura la felicidad no sólo para unos cuantos años, no sólo para toda tu vida, sino para toda la eternidad.

Jesús lo dijo a los apóstoles en cierta ocasión:
"No atesoréis bienes en la tierra, donde el orín y la polilla los corroen y los ladrones los roban. Atesorad más bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni orín, ni ladrones. Pues donde está tu tesoro, ahí estará tu corazón."
(Mt. 6, 19-21)

Formar un tesoro en la tierra es muy complicado: requiere de tiempo, de grandes cálculos en las inversiones, de muchas angustias e inseguridades: que si las tasas de interés bajan; que si la moneda se devalúa; que si hubo un fraude en la empresa. Para colmo, cuando por fin consigues tener los bienes materiales que tanto añorabas, descubres que éstos se descomponen, se rompen, se pierden, se echan a perder o se vuelven obsoletos.

En cambio, formar un tesoro en el cielo es muy sencillo, pues no hay agentes externos que puedan influir en él: tú eres el único que puede aumentarlo o disminuirlo. Hacer un tesoro en el cielo es trabajar por ser santo y esto se consigue con buenos pensamientos y buenas acciones. Todo lo que ganes con ellos durará para siempre y nada ni nadie te lo podrá quitar, romper, perder o estropear.

Ser santo es aumentar todos los días y a cada instante ese tesoro que tienes en el cielo. Ser santo es tan sencillo como cumplir a la perfección con tus deberes ordinarios, en el momento y en el lugar en que debes cumplirlos.

Sed perfectos como Mi Padre Celestial es perfecto

Respondiendo fielmente al llamado de Dios, siendo modelos de conducta, podemos llegar a la santidad



A lo largo de la historia de la cristiandad, han existido personas excepcionales en las que especialmente posamos nuestra atención en la actualidad para ser guiados por ellos, para pedirles ayuda, intercesión, esclarecimiento. Por ser modelos perfectos de acción en alguno o todos los campos de su vida, por haber respondido fielmente al llamado que Dios hace a cada uno de sus hijos, siguiendo el camino que Jesús nos mostró durante su paso por la tierra, se convirtieron en hijos dignos de ser llamados cristianos, por encarnar en sí las virtudes y cualidades de Aquel a quien amaban y deseaban seguir.

En el primer capítulo, primer párrafo de "La Imitación de Cristo" de Tomás Hemerkem de Kempis, leemos la siguiente reflexión: "El que me sigue no anda en tinieblas. Son palabras de Cristo que nos exhortan a imitar su vida y costumbres, si queremos ser de veras iluminados y vernos libres de toda ceguedad del corazón". Así comienza un libro que nos va guiando por el camino de ir despojándonos de nosotros mismos y asemejándonos cada vez más al Señor, y así es como han actuado esas resplandecientes almas de las que venimos hablando.

Pero de pobre forma estaríamos ilustrando al lector sobre esas grandes personas si no explicamos un poco más sobre la forma en que la Iglesia se forma un juicio a la hora de proponernos a cada una de ellas como un modelo a seguir.


Se puede entender la denominación de "santo" en tres sentidos:

Todos aquellos que están en el Cielo, ya que participan de la visión beatífica del Señor y están confirmados en la gracia. Ellos constituyen la Iglesia Triunfante y el 1° de noviembre se festeja su día.

Todos los cristianos que están en gracia de Dios participan de la Su santidad, y por eso San Pablo usa la Palabra "santos" para referirse a los fieles (2 Cor. 13,12; Ef. 1,1), ya que por el bautismo somos liberados del pecado e injertados en Cristo, que es Dios, el Santo de los Santos. Ellos constituyen la Iglesia Peregrina y están llamados a reflejar a Jesucristo en esta vida terrena.

Todos aquellos que son reconocidos por la Iglesia mediante el proceso de canonización y se presentan a la Iglesia Peregrina como modelos de conducta e intercesores ante Dios.

jueves, 30 de agosto de 2012

SAN AGUSTÍN, EL MODELO DE SANTIDAD PARA EL HOMBRE DE HOY


Su Santidad, el Papa Benedicto XVI en reiteradas oportunidades ha hecho mención a San Agustín y ha dicho que se reconoce deudor suyo al atribuirle la inspiración de su primera encíclica “Deus caritas est”


El 30 de julio de 2012, la revista Ecclesia ha publicado un provechoso artículo sobre la visión que el Papa Benedicto XVI tiene de San Agustín, que fuera escrito por el director de esa revista el 30 de agosto de 2007.

He aquí su texto *

        "Aun cuando ha pasado tristemente desapercibido, durante el pasado fin de semana (días 21 y 22 de abril), el Papa Benedicto Ha realizado un más que interesante viaje apostólico a las bellas e históricas ciudades de Vivegano y Pavía, en el norte de Italia, en la región de la Lombardía. La medieval Vivegano era precisamente la única ciudad y diócesis lombarda que no había visitado el Papa Juan Pablo II, de modo que Benedicto XVI se ha convertido en el primer Sucesor de San Pedro en viajar a esta hermosa localidad.

         El hilo conductor de este nuevo periplo papal ha sido la peregrinación a la tumba y a la memoria de San Agustín de Hipona, el gran maestro de Benedicto XVI y uno de los Padres más grandes de toda la historia de la Iglesia. Ha sido una visita pastoral dirigida, una vez más,  al centro, a las esencias de la fe y de la acción evangelizadora de la Iglesia, con etapas dedicadas a los jóvenes, a los enfermos y personal sanitario, a la Universidad y al mundo de la cultura y al entero Pueblo de Dios. En apenas veintiséis horas, el Santo Padre ha pronunciado ocho alocuciones. Y, una vez más, ha confirmado lo que ya señalábamos la pasada semana: es el Papa de la palabra, es una Papa a quien hay que leer con gozo, con interpelación y con inmenso aprovechamiento.

La llama del diálogo entre razón y fe

         La figura del gran Agustín de Hipona (354-430) ha centrado esta visita papal especialmente en Pavía y en tres de sus cinco intervenciones en esta ciudad: en la homilía del tercer domingo de Pascua, en el discurso en la Universidad y en las vísperas oficiadas en la basílica  donde se veneran sus reliquias. En estas alocuciones, Benedicto XVI ha trazado una apasionantemente vigente semblanza del “Doctor gratiae”, a quien ha presentado como modelo permanente en la incesante e inexcusable búsqueda de Dios, como ejemplo del camino cristiano para la verdadera conversión, como prototipo del diálogo necesario entre fe y razón y del encuentro fecundo entre culturas -¡qué hermoso el símbolo final de este viaje cuando Benedicto XVI encendía ante su tumba la denominada “Llama del diálogo entre las dos orillas del Mediterráneo”!- y como un “enamorado del Amor”.

         Ante sus reliquias, Benedicto XVI, que hizo la tesis doctoral en Teología sobre la eclesiología agustiniana, se reconoció deudor del santo obispo de Hipona y le atribuyó la inspiración, sobre todo en su primera parte, de la encíclica “Deus caritas est”.

¿Quién es San Agustín?

         San Agustín nació en Tagaste, en Numidia, norte de Africa, el 13 de noviembre de 354. Recibió una espléndida formación intelectual, inserta en los gustos culturales de su tiempo. Su familia era muy religiosa, especialmente su madre, Santa Mónica, quien oró -muchas veces con lágrimas de plegaria- por la conversión de su hijo, quien vivió en su primera juventud alejado de la fe cristiana y no recibió el bautismo hasta el año 387, después de vivir en Milán y conocer al obispo del lugar, San Ambrosio.

         Agustín se educó en el racionalismo y en el neoplatonismo. Durante un tiempo fue seguidor del maniqueísmo, que abandonó tras instalarse en el escepticismo intelectual y religioso. Sin embargo, su búsqueda sincera de la verdad y su inquietud intelectual y religiosa, amén de su citado encuentro con el obispo Ambrosio de Milán, le hizo acercase al cristianismo, cuyas aguas bautismales recibiría en la pascua del año 387.

         Regresa el norte de África. Se establece como monje y funda un monasterio. En el año 391 es ordenado sacerdote y cuatro después recibe la consagración episcopal, siendo nombrado obispo de Hipona. Tras treinta y cinco años de vigoroso y fecundo episcopal y publicista, muerte el 28 de agosto del 430, en Hipona, durante el asedio vándalo de esta ciudad norteafricana. Sus restos mortales fueron trasladados a Lombardía -cuya capital es precisamente Milán- y se veneran en la basílica de San Pedro en cielo de oro, en Pavía, templo custodiado por la Orden San Agustín por él inspirada.

         ”Las Confesiones” y “Las Retractaciones” son sus dos obras teológicas principales, amén de numerosos otros escritos de comentarios de la Sagrada Escritura y de obra contra las herejías del momento como el Donatismo y el Pelagianismo. Por su defensa de la acción motriz y del primado de la gracia en la vida cristiana, frente al Pelagianismo, es llamado “Doctor gratiae”.

Su actualidad dieciséis siglos después

         En tiempos de pensamientos débiles y frágiles, en tiempos de escepticismos y relativismos como los presentes, la figura de creyente, del buscador, del sacerdote y del pastor Agustín de Hipona adquiere gran actualidad. En él hallamos al hombre de larga lucha interior, de disponibilidad constante en la escucha de la Palabra de Dios, de leal inmersión y asunción de la Tradición y del Magisterio, de fidelidad a la gracia de Dios y de inagotable creatividad. Todo ello además desde la realidad humana de quien era “un hijo de su tiempo, condicionado por los hábitos y las pasiones entonces dominantes”, preocupado y abierto  a las preguntas y a los problemas existenciales de quien vivía como lo demás.

         Agustín es así un espejo, una parábola del ser humano de entonces, de ahora y de todos los tiempos, que persiguió sin cesar la Verdad para poder ofrecerse a sí mismo y a los demás las respuestas verdaderas y definitivas que anhela todo corazón. En su búsqueda de la verdad, en su peregrinación interior, Agustín fue hallando respuestas parciales hasta que encontró, en la fe de la Iglesia, la verdad esencial del Verbo Encarnado, de Jesucristo el único y definitivo Salvador, “el Cordero inmolado y resucitado y la revelación del rostro de Dios Amor para todo ser humano”.

Un enamorado del Amor

         Y de este modo, a través de las que Benedicto XVI glosaba como tres etapas de su camino de conversión, Agustín se transformó en un “enamorado del Amor”, a Quien “ha cantado, meditado, predicado en todos sus escritos y ha, sobre todo, testimoniado en su ministerio pastoral”. Agustín de Hipona es, pues, un icono vivo del corazón del Evangelio, del núcleo central del cristianismo: que Dios es Amor y que “el Amor es el alma de la vida de la Iglesia y de su acción pastoral”.

         Y es que la Iglesia no es una simple organización de manifestaciones colectiva o la suma de individuos que viven una religiosidad privada.  Nada puede por si misma sin Jesucristo.”La Iglesia -afirmaba Benedicto XVI ante la tumba de su maestro- es una comunidad de personas que creen en el Dios de Jesucristo y se comprometen a vivir en el mundo el mandamiento del amor que El les ha dejado”.

        Agustín, el buscador infatigable, tras un largo proceso de búsqueda, de pecado, de gracia y de conversión, es así un testigo luminoso del Amor, un enamorado del Amor. Y este mensaje no está lleno sólo de reconocimiento y ejemplarizante valor espiritual y ascético sino también profundamente transido de virtualidad, potencialidad y fecundidad pastoral para esta época nuestra"


Director de Ecclesia y Ecclesia Digital
30 agosto 2007

* La negrita y el subrayado me corresponde

martes, 26 de junio de 2012

SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ Y EL AÑO DE LA FE



El 26 de junio, la Iglesia Universal celebra la fiesta de San Josemaría Escrivá de Balaguer. El video colocado al final del post es una síntesis teórica y práctica de la espiritualidad que enseñó este gran santo del Siglo XX y que resulta muy oportuno recordar a propósito del Año de la fe convocado por SS Benedicto XVI. 

Este año, el Papa Benedicto XVI ha llamado a todos los fieles de la Iglesia para consagrar un año a la Fe y, por ello, es importante recordar unas palabras que San Josemaría dijo a propósito de la vida de fe.

“Se oye a veces decir que actualmente son menos frecuentes los milagros. ¿No será que son menos las almas que viven vida de fe? Dios no puede faltar a su promesa: ‘pídeme y haré de las gentes tu heredad, te daré en posesión los confines de la tierra’ (Salmo II, 8). Nuestro Dios es la Verdad, el fundamento de todo lo que existe: nada se cumple sin su querer omnipotente”.

Así comenzaba San Josemaría una de sus homilías, recordando, seguramente, todo el camino recorrido desde aquel 2 de octubre de 1928, fecha en que fundase –por inspiración divina– el Opus Dei.

No obstante las incomprensiones y calumnias recibidas, San Josemaría siempre tuvo una vida de fe muy sólida.

Precozmente se dio cuenta del llamado que Dios le hacía: San Josemaría sería el fiel instrumento del Señor para fundar el Opus Dei, como camino de santificación en el trabajo profesional y en el cumplimiento de los deberes ordinarios del cristiano. El anuncio de la vocación a la santidad a todos los bautizados y que el medio para santificarse no era un convento sino el propio trabajo ordinario en medio del mundo, era novedoso y para algunos también resultó peligroso.

El mensaje de San Josemaría siempre apuntó a hacer comprender a todos quienes lo querían escuchar que la vocación a la santidad, a la que desde siempre llamó el Evangelio, no era un llamado místico reservado solo para unas pocas personas "privilegiadas" que, además, estaban dotadas de condiciones "especiales". Por el contrario, incansablemente enseñaba San Josemaría que todos los bautizados, por ser hijos de Dios, están llamados a la santidad ya sea que fuesen laicos, religiosos o sacerdotes.


La respuesta de muchos sectores de la "Iglesia" frente a esta "novedad" en la vida espiritual de los fieles, que proponía San Josemaría, allá por la década del 1930, no tardó en hacerse escuchar por parte de una cierta "ortodoxia" del clero, que se "escandalizó". No faltaron tampoco quienes desde el clero lo estigmatizaran como un sacerdote “heterodoxo”. Finalmente, quienes miraron con más simpatía al entonces joven y tenaz Padre Josemaría, no lo tomaron en serio por considerarlo un joven con sueños imposibles.

Durante muchos años, San Josemaría no tuvo más que experiencias dolorosas ante las muchas puertas que se lo cerraban no bien planteaba las inquietudes que movían su alma.

No es necesario empatizar demasiado con la situación de San Josemaría, para comprender cuánta soledad, frustración y, de alguna manera, desánimo humano debió sentir en los primeros años de la década de 1930.

Mas Dios jamás deja de plasmar una obra querida por Él. Así, el 12 de diciembre de 1931, San Josemaría, en medio de su frustración, sintió en su corazón la voz clara e inconfundible de Dios que le animaba a continuar. Su alma había recibido el Divino Consuelo y la dejaba sin preocupaciones al infundirle esa confianza que solo Dios puede dar.

En la iluminación de ese 12 de diciembre de 1931, Dios puso en la mente de San Josemaría las palabras del Salmo 103: “A través de los montes las aguas pasarán” (Sal. 103, 11), queriendo significarle con ello que, a pesar de todos los obstáculos, el Opus Dei, la Obra de Dios, se extendería por todo el mundo. San Josemaría, a partir de ese momento, siempre tuvo la seguridad de que el Opus Dei vería la luz.


¡Dios nunca falla!

Han pasado más de 80 años y la visión que San Josemaría tuvo en 1928 se ha concretado con creces. La santificación del trabajo es conocida y predicada en el mundo entero y el Opus Dei tiene hoy activa presencia en los cinco continentes, contando con algo más de noventa mil miembros.

El secreto de este "milagro" consistió en que San Josemaría, siempre supo corresponder, con una vida de fe sólida, a las mociones, afectos e inspiraciones que Dios le hizo para llevar adelante Su Obra.

Hoy día, miles de personas -casadas o solteras, laicas o religiosas- viven en todo el mundo ofreciendo diariamente a Dios su trabajo profesional, como camino específico del Opus Dei para llevar más santidad al mundo.

Este camino de santidad no solo implica la santificación de la propia persona que realiza el trabajo profesional, sino también la santificación del trabajo profesional en sí y de aquella persona con quien se entra en contacto por el trabajo.


En este último aspecto, cada persona que vive la espiritualidad del Opus Dei, sea laica o religiosa, hace de todas las circunstancias de su vida, especialmente de las de su trabajo, una ocasión especial para acercar a Dios a sus colegas, compañeros y amigos, en el quehacer cotidiano de su vida familiar o social. El único límite, inflexible al máximo, es el respeto absoluto la libertad de los demás.

San Josemaría y la mayoría de los santos, han experimentado en su propia vida y por ello reconocido, el maravilloso don de la gracia de Dios. Todos han constatado como Dios hace constantes milagros, la única condición para ello es la Fe (Mt. 14, 23-31; Mt. 17, 14-20)

El Señor le fue enseñando a San Josemaría a confiar plenamente en la Divina Providencia que es, el anverso de la vida de la Fe. Ante los problemas y contradicciones que se presentaban frente al emprendimiento de nuevas obras apostólicas, el Fundador del Opus Dei solía animar a sus hijos espirituales para que, contrariamente a lo que indicaba una visión realista pero "demasiado humana" de la situación, recordasen que todo, absolutamente todo, dependía de la voluntad del Dios y de su Divina Providencia. Sin perder su alegría y entusiasmo, San Josemaría animaba a todos sus hijos llevándolos a confiar plenamente en la Providencia Divina y les insistía: “¡Es cuestión de fe!”


El Papa Benedicto XVI, ante una realidad -externa e interna- de la Iglesia que está llena de problemas y de contradicciones -cada día más manifiestos-, está invitando a todos los cristianos -más que ello, los convoca- a celebrar un año de la Fe, ya que, en primer lugar, es imprescindible "...descubrir de nuevo el gusto de alimentarnos con la Palabra de Dios, transmitida fielmente por la Iglesia, y el Pan de la vida, ofrecido como sustento a todos los que son sus discípulos (cf. Jn 6, 51)"; y, en segundo lugar, porque "La renovación de la Iglesia pasa también a través del testimonio ofrecido por la vida de los creyentes: con su misma existencia en el mundo, los cristianos están llamados efectivamente a hacer resplandecer la Palabra de verdad que el Señor Jesús nos dejó." (Porta Fidei, Carta Apostólica, a modo motu propio, de SS Benedicto XVI)

Palabra de Dios, Eucaristía, oración, testimonio y obras, han sido siempre los medios instituidos por Jesucristo para santificar el mundo a través de Su Iglesia. Por ello, "[el] cristiano no puede pensar nunca que creer es un hecho privado. La fe es decidirse a estar con el Señor para vivir con él. Y este «estar con él» nos lleva a comprender las razones por las que se cree. La fe, precisamente porque es un acto de la libertad, exige también la responsabilidad social de lo que se cree" (Ídem)


Recuerda Benedicto XVI que "[no] podemos olvidar que muchas personas en nuestro contexto cultural, aún no reconociendo en ellos el don de la fe, buscan con sinceridad el sentido último y la verdad definitiva de su existencia y del mundo. Esta búsqueda es un auténtico «preámbulo» de la fe, porque lleva a las personas por el camino que conduce al misterio de Dios. La misma razón del hombre, en efecto, lleva inscrita la exigencia de «lo que vale y permanece siempre" (Ibídem)

San Josemaría hoy invita a todos a transitar un camino de santidad que el mismo Señor le mostró aquel 2 de octubre de 1928, cuando le hizo comprender que también se podía santificar el mundo a través de la vida ordinaria y por medio de cotidianas y normales tareas.

Es necesario revitalizar la fe para hacer presente el testimonio cristiano en medio de las tareas ordinarias lo que significa que el "ser" cristiano vuelva a lucir en medio del mundo. San Josemaría ha dejado con la fundación del Opus Dei un camino para alcanzar ese fin. No es el único, pero es uno muy importante porque está al alcance de todos. La espiritualidad que enseñó San Josemaría ya no le pertenece solo al Opus Dei: Ha trasvasado el ámbito en que nació para derramarse, como un nuevo regalo de Dios, en medio de un mundo que mucho la necesita.

Este llamado a vivir la santidad en la vida ordinaria es lo que el Santo Padre está pidiendo a los cristianos cuando insiste en que "[e]scuchemos esta invitación como dirigida a cada uno de nosotros, para que nadie se vuelva perezoso en la fe. Ella es compañera de vida que nos permite distinguir con ojos siempre nuevos las maravillas que Dios hace por nosotros. Tratando de percibir los signos de los tiempos en la historia actual, nos compromete a cada uno a convertirnos en un signo vivo de la presencia de Cristo resucitado en el mundo. Lo que el mundo necesita hoy de manera especial es el testimonio creíble de los que, iluminados en la mente y el corazón por la Palabra del Señor, son capaces de abrir el corazón y la mente de muchos al deseo de Dios y de la vida verdadera, ésa que no tiene fin" (Ibídem)


San Josemaría, siempre vio con claridad, una circunstancia que hoy señala el Papa Benedicto XVI en su Carta Apostólica: "La renovación de la Iglesia pasa también a través del testimonio ofrecido por la vida de los creyentes: con su misma existencia en el mundo, los cristianos están llamados efectivamente a hacer resplandecer la Palabra de verdad que el Señor Jesús nos dejó".

Con cristianos mas comprometidos en la vida de la fe, con su testimonio y sus obras impulsadas por la caridad, "La Iglesia continúa su peregrinación “en medio de las persecuciones del mundo y de los consuelos de Dios”, anunciando la cruz y la muerte del Señor hasta que vuelva (cf. 1 Co 11, 26). Se siente fortalecida con la fuerza del Señor resucitado para poder superar con paciencia y amor todos los sufrimientos y dificultades, tanto interiores como exteriores, y revelar en el mundo el misterio de Cristo, aunque bajo sombras, sin embargo, con fidelidad hasta que al final se manifieste a plena luz»" (Ibídem)

"Por la fe, hombres y mujeres de toda edad, cuyos nombres están escritos en el libro de la vida (cf. Ap 7, 9; 13, 8), han confesado a lo largo de los siglos la belleza de seguir al Señor Jesús allí donde se les llamaba a dar testimonio de su ser cristianos: en la familia, la profesión, la vida pública y el desempeño de los carismas y ministerios que se les confiaban". Esta es una de cita textual de la Carta Apostólica Porta Fidei del Papa Benedicto XVI, mas también podría estar suscripta por San Josemaría Escriva, cuyo nacimiento al cielo hoy celebramos en toda la Iglesia.



sábado, 16 de junio de 2012

EL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA


«Su madre conservaba estas cosas en su corazón»
-Lucas 2, 51-

"En tu Corazón, Oh Madre, queremos vivir para aprender a amar, sin divisiones, al Corazón de Jesús; a obedecerle con diligencia y exactitud; servirle con generosidad y a cooperar activa y responsablemente, en los designios de Su Sagrado Corazón".

Beato SS Juan Pablo II, Misa de Clausura del Jubileo de los Obispos, 
a los pies de la imagen de la Virgen de Fátima, 8 de octubre de 2000

LA FIESTA DEL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA
ES EL "CORAZÓN" DE LAS CELEBRACIONES MARIANAS

Entre las celebraciones litúrgicas en honor a la Santísima Virgen María, la fiesta de su Inmaculado Corazón es el "corazón" de todas las demás que se celebran en el año.

Y, los es porque el Inmaculado Corazón de María es la sede del amor y de la caridad a Dios y a los hombres .



¿Cuál es el centro y foco de esta solemnidad? 

Es el corazón de la bien amada y dilecta Hija del Padre Eterno.

Es el corazón de la Madre de Dios.

Es el corazón de la Esposa del Santo Espíritu.

Es el corazón de la buenísima Madre de todos los hijos de Dios

Es un corazón totalmente abrasado por amor hacia Dios y totalmente inflamado de caridad hacia nosotros, la humanidad.



El Inmaculado Corazón de María es todo amor: Amor a Dios, porque jamás amó nada, ni a nadie más que a Dios y lo que Dios quiso que ella amara en él y por él

El Inmaculado Corazón de María es todo amor, porque la bienaventurada Virgen siempre amó a Dios con todo su corazón, con toda el alma y con todas sus fuerzas (Mc 12,30). 

El Inmaculado Corazón de María es todo amor porque no sólo siempre quiso todo lo que Dios quiso sino que siempre puso toda su alegría y esperanza en la voluntad de Dios, aún el el dolor de la Cruz.

Es un corazón que sufre por los agravios de la humanidad al Sagrado Corazón de su Hijo.



         El Inmaculado Corazón de María es todo amor para con nosotros

Ella nos ama con el mismo amor con que ama a Dios, porque es a Dios a quien mira y ama en nosotros. 

Y nos ama con el mismo amor con el que ama al Hombre Dios, que es su hijo Jesús. Porque sabe que es nuestro maestro, nuestra cabeza, y que nosotros somos sus miembros (Col 2,19) y por consiguiente que somos sólo uno con él.

Reflexión inspirada en San Juan Eudes (1601-1680), 
Corazón admirable libro 9, cap. 4

viernes, 15 de junio de 2012

LAS CUATRO REVELACIONES DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

REVELACIONES DEL CORAZÓN DE JESÚS

A Santa Margarita María de Alacoque


Primera revelación


El 27 de diciembre de 1673, día de San Juan el Apóstol, Margarita María, que tenía solo 14 meses de profesa y 26 años de edad, estaba como de costumbre arrodillada ante el Señor en el Santísimo Sacramento expuesto en la capilla del Convento Paray Le Monial. Era el momento de la primera gran revelación del Señor.



Ella lo cuenta así:

"Estando yo delante del Santísimo Sacramento me encontré toda penetrada por Su divina presencia. El Señor me hizo reposar por muy largo tiempo sobre su pecho divino, en el cual me descubrió todas las maravillas de su amor y los secretos inexplicables de su Corazón Sagrado.

El me dijo:

"Mi Divino Corazón, está tan apasionado de Amor a los hombres, en particular hacia ti, que, no pudiendo contener en el las llamas de su ardiente caridad, es menester que las derrame valiéndose de ti y se manifieste a ellos para enriquecerlos con los preciosos dones que te estoy descubriendo  los cuales contienen las gracias santificantes y saludables necesarias para separarles del abismo de perdición. Te he elegido como un abismo de indignidad y de ignorancia, a fin de que sea todo obra mía."

"Luego," continúa Margarita, "me pidió el corazón, el cual yo le suplicaba tomara y lo cual hizo, poniéndome entonces en el suyo adorable, desde el cual me lo hizo ver como un pequeño átomo que se consumía en el horno encendido del suyo, de donde lo sacó como llama encendida en forma de corazón, poniéndolo a continuación en el lugar de donde lo había tomado, diciéndome al propio tiempo: "He ahí, mi bien amada, una preciosa prenda de mi amor, que encierra en tu costado una chispa de sus mas vivas llamas, para que te sirva de corazón y te consumas hasta el último instante y cuyo ardor no se extinguirá ni enfriará. De tal forma te marcaré con la Sangre de mi Cruz, que te reportará más humillaciones que consuelos. Y como prueba de que la gracia que te acabo de conceder no es nada imaginario, aunque he cerrado la llaga de tu costado, te quedará para siempre su dolor y, si hasta el presente solo has tomado el nombre de esclava mía, ahora te doy el de discípula muy amada de mi Sagrado Corazón."

Después de este favor tan grande, Margarita quedó por muchos días como abrasada toda y embriagada y tan fuera de si que podía hablar y comer solamente haciéndose una gran violencia. Ni siquiera podía compartir lo sucedido con su superiora lo cual tenia gran deseo de hacer. Tampoco podía dormir, pues la llaga, cuyo dolor le era tan grato, engendraba en ella tan vivos ardores, que la consumía y la abrasaba toda.

A partir de la primera revelación, Margarita sufriría todos los primeros viernes de mes una reproducción de la misteriosa llaga del costado, cosa que le sucedería hasta su muerte. Estos eran los momentos particularmente elegidos por el Señor para manifestarle lo que quería de ella y para descubrirle los secretos de su amable Corazón.

Entre estas visitas le decía el Señor, "Busco una víctima para mi Corazón, que quiera sacrificarse como hostia de inmolación en el cumplimiento de mis designios." En su gran humildad, Margarita le presentó varias almas que, según ella corresponderían más fielmente. Pero el Señor le respondió que era ella a quien había escogido. Esto no era sino ocasión de confusión para Margarita pues su temor era que llegasen a atribuir a ella las gracias que del Señor recibía.


Segunda revelación


Unos dos o tres meses después de la primera aparición, se produjo la segunda gran revelación. Escribe Margarita:

"El divino Corazón se me presentó en un trono de llamas, mas brillante que el sol, y  transparente como el cristal, con la llaga adorable, rodeado de una corona de espinas y significando las punzadas producidas por nuestros pecados, y una cruz en la parte superior...()...la cual significaba que, desde los primeros instantes de su Encarnación, es decir, desde que se formó el Sagrado Corazón, quedó plantado en el la cruz, quedando lleno, desde el primer momento, de todas las amarguras que debían producirle las humillaciones, la pobreza, el dolor, y el menosprecio que su Sagrada Humanidad iba a sufrir durante todo el curso de su vida y en Su Santa Pasión."

"Me hizo ver, " continúa Margarita, "que el ardiente deseo que tenía de ser amado por los hombres y apartarlos del camino de la perdición, en el que los precipita Satanás en gran número, le había hecho formar el designio de manifestar su Corazón a los hombres, con todos los tesoros de amor, de misericordia, de gracias, de santificación, y de salvación que contiene, a fin de que cuantos quieran rendirle y procurarle todo el amor, el honor y la gloria que puedan, queden enriquecidos abundante y profusamente con los divinos tesoros del Corazón de Dios, cuya fuente es, al que se ha de honrar bajo la figura de su Corazón de carne, cuya imagen quería ver expuesta y llevada por mi sobre el corazón, para grabar en el, su amor y llenarlo de los dones de que está repleto, y para destruir en él todos los movimientos desordenados. Que esparciría sus gracias y bendiciones por dondequiera que estuviere expuesta su santa imagen para tributarle honores, y que tal bendición sería como un último esfuerzo de su amor, deseoso de favorecer a los hombres en estos últimos siglos de la Redención amorosa, a fin de apartarlos del imperio de Satanás, al que pretende arruinar, para ponernos en la dulce libertad del imperio de su amor, que quiere restablecer en el corazón de todos los que se decidan a abrazar esta devoción."

En esta segunda gran revelación, Nuestro Señor empezó a descubrir sus intenciones y formular sus promesas. La imagen del Sagrado Corazón de Cristo es el símbolo de su ardiente amor hacia nosotros, el cual había entregado sin condiciones,  y el Señor quería que esta imagen se expusiese en las casas o llevarse sobre el pecho en forma de Medalla, ofreciendo así promesas de gracias y bendiciones a quienes lo veneraban. Pero por el momento Margarita no podía decir nada de lo que había visto pues no había llegado la hora. Estas revelaciones tendrían que pasar primero por muchos exámenes y sufrir mucha oposición. Y aún había mucho más que Jesús quiera revelar.

Tercera revelación


En lo que probablemente era el primer viernes de junio de 1674, fiesta de Corpus Christi, tuvo Margarita la tercera gran revelación.

Una vez entre otras, escribe Sta. Margarita, "que se hallaba expuesto el Santísimo Sacramento, después de sentirme retirada en mi interior por un recogimiento extraordinario de todos mis sentidos y potencias, Jesucristo mi Amado se presentó delante de mi todo resplandeciente de Gloria, con sus cinco llagas brillantes, como cinco soles y despidiendo de su sagrada humanidad rayos de luz de todas partes pero sobre todo de su adorable pecho, que parecía un horno encendido; y, habiéndose abierto, me descubrió su amante y amable Corazón."

Entonces Jesús le explicó las maravillas de su puro amor y hasta que exceso había llegado su amor para con los hombres de quienes no recibía sino ingratitudes. Esta aparición es mas brillante que las demás. Amante apasionado, se queja del desamor de los suyos y así divino mendigo, nos tiende la mano el Señor para solicitar nuestro amor.

Le dirige las siguientes peticiones:

  • Comulgarás tantas veces cuanto la obediencia quiera permitírmelo
  • Jueves a viernes haré que participes de aquella mortal tristeza que Yo quise sentir en el huerto de los olivos; tristeza que te reducirá a una especie de agonía mas difícil de sufrir que la muerte.
  • Por acompañarme en la humilde oración que hice entonces a mi Padre en medio de todas mis congojas, te levantaré de once a doce de la noche para postrarte durante una hora conmigo; el rostro en el suelo, tanto para calmar la cólera divina, pidiendo misericordia para los pecadores, como para suavizar, en cierto modo, la amargura que sentí al ser abandonado por mis apóstoles, obligándome a echarles en cara el no haber podido velar una hora conmigo...

"Una vez, estando expuesto el Santísimo Sacramento, se presentó Jesucristo resplandeciente de gloria, con sus cinco llagas que se presentaban como otro tanto soles, saliendo llamaradas de todas partes de Su Sagrada Humanidad, pero sobre todo de su adorable pecho que, parecía un horno encendido. Habiéndose abierto, me descubrió su amabilísimo y amante Corazón, que era el vivo manantial de las llamas. Entonces fue cuando me descubrió las inexplicables maravillas de su puro amor con que había amado hasta el exceso a los hombres, recibiendo solamente de ellos ingratitudes y desconocimiento.

"Eso," le dice Jesús a Margarita, "fue lo que más me dolió de todo cuanto sufrí en mi Pasión, mientras que si me correspondiesen con algo de amor, tendría por poco todo lo que hice por ellos y, de poder ser, aún habría querido hacer más. Mas sólo frialdades y desaires tienen para todo mi afán en procurarles el bien. Al menos dame tú el gusto de suplir su ingratitud de todo cuanto te sea dado conforme a tus posibilidades."

Ante estas palabras, Margarita solo podía expresarle al Señor su impotencia, Él le replicó: "Toma, ahí tienes con qué suplir cuanto te falte." Y del Corazón abierto de Jesús, salió una llamarada tan ardiente que pensó que la iba a consumir, pues quedó muy penetrada y no podía ella aguantarlo, por lo que le pidió que tuviese compasión de su debilidad. El le respondió:

"Yo seré tu fortaleza, nada temas, solo has de estar atenta a mi voz y a lo que exija de ti con el fin de prepararte para la realización de mis designios."

Entonces el Señor le describió a Margarita exáctamente de que forma se iba a realizar la práctica de la devoción a Su Corazón, junto con su propósito, que era la reparación. Finalmente, Jesús mismo le avisa sobre las tentaciones que el demonio levantará para hacerla caer.

"Primeramente me recibirás en el Santísimo Sacramento tanto como la obediencia tenga a bien permitírtelo; algunas mortificaciones y humillaciones por ello habrán de producirse y que recibirás como gajes de mi amor. Comulgarás, además, todos los primeros viernes de mes, y en la noche del jueves al viernes, te haré participe de la mortal tristeza que quise sentir en el huerto de los Olivos, cuya tristeza te reducirá, sin que logres comprenderlo, a una especie de agonía más difícil de soportar que la muerte. Para acompañarme en la humilde plegaria que elevé entonces a mi Padre, en medio de todas tus angustias, te levantarás entre las once y las doce de la noche para postrarte conmigo durante una hora, con la cara en el suelo, tanto para apaciguar la cólera divina, pidiendo por los pecadores, como para endulzar de algún modo la amargura que sentía por el abandono de mis apóstoles, lo cual me llevó a reprocharles que no habían podido velar una hora conmigo. Durante esa hora harás lo que te diga. Pero, oye hija mía, no creas a la ligera todo espíritu, ni te fíes, porque Satanás está rabiando por engañarte. Por eso, no hagas nada sin permiso de los que te guían, a fin de que, contando con la autoridad de la obediencia, él no pueda engañarte, ya que no tiene poder alguno sobre los obedientes."


AGUDAS PRUEBAS


Después de la aparición, Margarita sintiéndose que estaba ella fuera de si, y no sabiendo donde estaba, le faltaron las fuerzas y cayó desmayada. Sus hermanas, viéndola en tal aspecto, la levantaron y la cargaron donde la Madre Superiora. Ella viendo que Margarita no podía hablar, ni aun sostenerse, arrodillada ante sus pies, la mortificó y la humilló con todas sus fuerzas. Y cuando Margarita le respondió a su pregunta de lo sucedido, contándole todo cuanto había pasado, recargó sobre ella nuevas humillaciones y no le concedió nada de cuanto decía que el Señor le mandaba hacer, mas bien lo acogió con despreció.

El fuego que devoraba a Margarita por dentro a causa de las revelaciones, le ocasionó una fiebre continua. Ante esta misteriosa enfermedad, la Madre Superiora no podía sino sentir miedo y por tanto le dijo a Margarita: "Pida a Dios su curación, de esta forma sabré si todo viene del Espíritu del Señor."

Margarita, obedeciendo a esta orden, le expuso todo cuanto le pedía su Superiora al Señor, el cual no tardó en recobrarle por completo su salud por las manos de la Virgen Santísima. Y así consiguió Margarita el poder cumplir lo que Dios le pedía.

Pero viendo la Madre Superiora que continuaban las visiones, y no sabiendo que más hacer para asegurarse de su veracidad, decide consultar a los teólogos. Ella creyó que debía obligarla a romper el profundo silencio que hasta entonces había observado, con el fin de hablar del asunto con personas de doctrina. Compareció pues Margarita ante estos personajes, y haciéndose gran violencia para sobrepasar su extremada timidez, les contó todo lo sucedido. Más Dios permitió que algunos de los consultados no conocieran la verdad de las revelaciones. Condenaron el gran atractivo que tenía Margarita por la oración y la tildaron de visionaria, prohibiéndole detenerse en sus inspiraciones. Hasta uno de ellos llegó a aconsejar: "procuren que esta hija se alimente bastante y todo irá mejor."

"Se me empezó a decir," cuenta Margarita, "que el diablo era el autor de cuanto sucedía en mi, y que me perdería si no ponía muy en guardia en contra de sus engaños e ilusiones."

Para Margarita esto fue motivo de gran sufrimiento. No por razón del rechazo o porque pensaban mal de ella, sino por el conflicto interno que le causaba.  Llegó a pensar que ella estaba en el error pero por mas que trataba de resistir las atracciones de Dios no lo lograba. Se sentía profundamente abandonada, puesto que se le aseguraba que no la guiaba el Espíritu de Dios, y sin embargo, no lo podía resistir.

Cada vez era mayor la oposición aun dentro del convento contra Margarita. Había significativos movimientos de cabeza, miradas reprobatorias y muecas. Algunas pensaban que una visionaria venía a ser como la personificación de todo un escuadrón de demonios, un peligro evidente y una gran amenaza para todas. Llegó hasta tal punto que las hermanas empezaban a rociarla con agua bendita cuando pasaba.

TRIUNFO


El Señor le había prometido a Margarita que su obra triunfaría a pesar de todos los obstáculos. Esta promesa empezó a cumplirse cuando, a primeros días de febrero de 1675, le envío al jesuita Padre Claudio Colombiere. En cuanto este santo sacerdote habló con Margarita, pudo ver su santidad y creyó en sus revelaciones, lo cual comunicó inmediatamente a la Madre Superiora. Ante el juicio del Padre Claudio, quién era reconocido por su sabiduría y santidad, la Madre Superiora pudo por fin descansar y le ordenó a Margarita que le contase todo al Padre Colombiere.

Cuarta revelación


Fue bajo esta nueva aceptación que se dio la cuarta y ultima revelación que se puede considerar como la más importante. El Señor quería establecer en la Iglesia una fiesta litúrgica en honor del Sagrado Corazón de Jesús.

Sucedió esta revelación en el curso de la octava del Corpus Christi del año 1675, o sea entre el 13 y el 20 de junio. Cuenta Margarita:

Estando ante el Santísimo Sacramento un día de su octava, y queriendo tributarle amor por Su tan gran amor, me dijo el Señor:

"No puedes tributarme ninguno mayor que haciendo lo que tantas veces te he pedido ya." Entonces el Señor le descubrió su Corazón y le dijo "He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombre y que no ha ahorrado nada hasta el extremo de agotarse y consumirse para testimoniarles su amor. Y, en compensación, sólo recibe, de la mayoría de ellos, ingratitudes por medio de sus irreverencias y sacrilegios, así como por las frialdades y menosprecios que tienen para conmigo en este Sacramento de amor. Pero lo que más me duele es que se porten así los corazones que se me han consagrado. Por eso te pido que el primer viernes después de la octava del Corpus se celebre una fiesta especial para honrar a mi Corazón, y que se comulgue dicho día para pedirle perdón y reparar los ultrajes por él recibidos durante el tiempo que ha permanecido expuesto en los altares. También te prometo que mi Corazón se dilatará para esparcir en abundancia las influencias de su divino amor sobre quienes le hagan ese honor y procuren que se le tribute."

El Padre Colombiere le ordenó a Margarita a que cumpliese plenamente la voluntad del Señor. Y que también escribiese todo cuanto le había revelado. Margarita obedeció a todo lo que se le pidió pues su mas grande deseo era que se llegase a cumplir el designio del Señor.

Pasarían mas de diez años antes que se llegase a instituir la devoción al Sagrado Corazón de Jesús en el monasterio de la Visitación. Serian diez años muy duros para Margarita. La Madre Superiora, que por fin llego a creer en ella, fue trasladada a otro monasterio. Pero antes de irse ordena a Margarita a que relatara ante toda la comunidad todo cuanto el Señor le había revelado. Ella accedió solo en nombre de la santa obediencia y les comunicó a todas lo que el Señor le había revelado incluyendo los castigos que El haría caer sobre la comunidad y sobre ellas. Y cuando todos enfurecidos empezaron a hablarle duramente, Margarita se mantuvo callada, aguantando en humildad todo cuanto le decían. Al siguiente día, la mayoría de las monjas sintiéndose culpables de lo que habían hecho, acudían a la confesión. Margarita entonces oyó que el Señor le decía que ese día por fin llegaba la paz de nuevo al monasterio y que por su gran sufrimiento, Su Divina Justicia había sido aplacada.

En contra de su voluntad, Margarita fue asignada como maestra de novicias y asistente a la superiora. Esto llegó a ser parte del plan del Señor para que por fin se empezara a abrazar la devoción del Sagrado Corazón de Jesús. Sin embargo Margarita nunca llegó a ver durante su vida en la tierra el pleno reconocimiento de esta devoción.

En la tarde del 17 de octubre del 1690, habiendo Margarita previamente indicado esta fecha como el día de su muerte, encomendó su alma a su Señor, quien ella había amado con todo su corazón. Muere entre 7 y 8PM. Tenía 43 años de edad y 18 años de profesión religiosa.

Pasaron solamente tres años después de su muerte cuando el Papa Inocencio XIII empezó un movimiento que abriría las puertas a esta devoción. Proclamó una bula papal dando indulgencias a todos los monasterios Visitantinos, que resultó en la institución de la fiesta del Sagrado Corazón en la mayoría de los conventos. En 1765, el Papa Clemente XIII introdujo la fiesta en Roma, y en 1856 el Papa Pío IX extendió la fiesta del Sagrado Corazón a toda la Iglesia. Finalmente, en 1920, Margarita fue elevada a los altares por el Papa Benedicto XV.

Intervenciones sobrenaturales.


La vida de Sta. Margarita estuvo marcada por experiencias sobrenaturales.  Pero nunca fueron estas causa para escapar las realidades cotidianas sino al contrario.  Le trajeron duras pruebas y la necesidad de ejercitar heroicamente las virtudes que forjan la santidad en la vida diaria.

He aquí algunos ejemplos mas. En 1680, estuvo enferma de gravedad la hermana Margarita. Llegaba la fiesta del Corpus, donde se le concedió tomar el Pan de Vida, y se le dio el mandato de no tomar medicina alguna durante cinco meses, ni poner los pies en la enfermería. Añadió la Superiora por escrito que por orden de santa obediencia pidiera la salud a nuestro Señor a fin de poder practicar los ejercicios de la santa regla hasta la Presentación de la Stma. Virgen de ese año 1680.

Durante los cinco meses fijados por la Madre Superiora, Sta. Margarita gozó de perfecta salud, quedando satisfecha la Madre Superiora de la prueba.

Otra intervención divina ocurrió cuando Santa Margarita tenía que entrar en los ejercicios anuales. En ese momento, Sta. Margarita estaba en la enfermería abrasada de calentura. La Madre Superiora le dijo: "Vaya, hija mía, le encomiendo al cuidado de Nuestro Señor Jesucristo; que El la dirija, gobierne y cure según su voluntad".  El Señor se le presenta y le hace levantar con mil señales de amor, y le dice:

"Quiero volverte con salud a la que te ha enviado enferma y puesto en mis manos". Así quedó sana y vigorosa como si nunca hubiera estado enferma.

Se le presentó una vez delante de ella Jesús cargando con la Cruz, cubierto de llagas y de sangre y le dijo con voz dolorosamente triste: ¿No habrá quien tenga piedad de mi y quiera compartir y tener parte en mi dolor en el lastimoso estado en que me ponen las pecadores sobre todo en este tiempo? La santa se le ofreció y el Salvador colocó sobre sus hombros su pesada cruz.  Una enfermedad le hizo sentir muy pronto lo desgarrador de aquellos clavos.

Otra vez al acercarse a la sagrada mesa se le apareció la Sagrada Hostia resplandeciente como sol, y distinguió al Señor, llevando en la mano una corona de espinas. El se la puso en la cabeza, diciéndole: "Recibe, hija mía, esta corona en señal de la que se te dará pronto por su conformidad conmigo".


Sus tres ardientes deseos


Sus grandes deseos fueron siempre:

  • Deseo de amar a Dios y recibir la santa Comunión
  • Deseo de padecer. A consecuencia del deseo de amar, quería dar su vida puesto que no tenia         nada mas que dar.
  • Deseo de morir, así podría unirse con su gran Amor. Pero se conformaba con vivir hasta el día del Juicio, si esto era la voluntad de Dios, esta separación le dolía mas que mil muertes.

Siempre iba junto al amor de Dios la mas tierna caridad con el prójimo y mas con sus hermanas de religión.

Sus cualidades naturales

Sta. Margarita era muy sensible, era tímida, era juiciosa y discreta, de buen espíritu, temperamento constante, corazón caritativo hasta lo imposible. Tenía poca educación formal y sin embargo una profunda sabiduría sobre las verdades sobrenaturales.  Tenía un gran juicio y valentía para ser fiel a la verdad. Sabía perdonar de corazón. Las mas humillantes persecuciones que soportó quedaron para siempre sepultadas hasta llegar a ser extremada atenta para cuantos la hicieron sufrir.

Vence a sus repugnancias por amor.


Tenía repugnancia, entre otras cosas, al escribir, al acudir al locutorio. Sin embargo hizo voto al Señor de desempeñar estas acciones sin manifestar repugnancia alguna, a cambio de que una joven pudiera recibir los sacramentos. El Señor permitió esto y además que la joven hiciera los tres votos de religión antes de morir.

A menudo era tan viva la resistencia, que temía faltar al juramento. Toda la vida experimentó la misma dificultad.

La entrega al Señor antes que la acción.


Debía inmolar su ser continuamente por amor, en adoración y anonadamiento, en conformidad al sacrificio de Jesús a quien recibe en la Eucaristía...

Estas gracias levantan nuevas llamadas de celo ardiente en el corazón de Margarita, pero antes de ser apóstol por la acción, es mártir por la lluvia de dolores físicos y morales que caen sobre ella por haberse ofrecido, como resignada víctima.

Sus amigas, las almas del Purgatorio.


Trataba a las almas del Purgatorio como sus queridas amigas. Su divino Dueño les había hecho donación de su sierva durante el año 1683. Debía hacerlo y sufrirlo todo por su rescate. Sta. Margarita participaba de los sufrimientos de aquellas almas, se compadecía amargamente, oraba y practicaba duras penitencias para conseguir su liberación.

Un día, sentada ante Jesús Sacramentado, de repente se le presenta una persona rodeada de llamas por todas partes. Es el alma de un religioso benedictino que la había confesado una vez en Paray. Le suplica que aplique por espacio de tres meses los méritos de todas sus obras y oraciones por su entrada al cielo.

Le explicó: "Sufro tan terriblemente por el demasiado apego que tuve a mi reputación, mi poca caridad, algunas veces con mis hermanos y alguna torcida intención en mis prácticas de devoción y en mis relaciones con las criaturas. Margarita promete su cooperación. Durante estos tres meses permanece aquella alma cerca de su víctima voluntaria y la hace participar de los efectos del fuego purificador.

El dolor intensísimo lo hace llorar casi continuamente. Al cabo de los tres meses convenidos, se le aparece de nuevo a Margarita resplandeciente de gloria y ella le ve subir al cielo. El le da las gracias y promete ser su protector delante de Dios.

Fuente: Corazones.org